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Para abril o para mayo

El título hace sentido solamente a quienes han pasado por lo menos medio siglo -o más- por estos lados. Al resto, a los menores, habría que explicarles que hubo una conocida canción, por allá por los años ’60, en la que unos mexicanos, Los Hermanos Carrión, repetían melódicamente aquellas palabras.  Hoy, sin embargo, la frase del título ha adquirido un sentido diferente, dada las vicisitudes de nuestra intensa y acontecida vida política. Tiene ahora una carga de urgencia, desazón y angustia, según se sea candidato, vocal de mesa o simple ciudadano.

Porque ocurre que la “mega-elección” a la que tantos nos hemos referido, será trasladada, en medio del recrudecimiento de la pandemia, hacia una nueva fecha que, se estima, podría ser menos peligrosa para la salud de quienes concurran a votar. Y, mientras se discute la conveniencia sanitaria, la oportunidad política y la eficacia ciudadana de tal medida, son muchos, miles -la verdad- los que observan ese traslado con recelo, reparos y aprensión. No debemos olvidar que ya se había postergado la elección municipal y el traslado de los plazos, según los desconfiados, beneficiaría a algunos por sobre otros. 

Por otra parte, posponer la elección de aquel puñado de chilenos destinados a ser los escribas de la nueva ley fundamental, sólo contribuye a prolongar la agonía de la actual y maltrecha Carta Magna. Los que, ciertamente, no han de estar contentos, son los miles de sufridos vocales de mesa que habrán de permanecer esos dos días de mayo, esperando a los votantes con paciencia, frío y resignación. Tampoco lo estarán los ingentes creativos que, por pudor, no por vergüenza, se esconden tras la propaganda que nos asalta en cada esquina y que, ahora, habrán de estrujar más su mollera para obtener un mejor ángulo o una frase más sagaz de candidatos que exhiben su simplicidad (más bien simpleza).

¿Será cierto que en mayo las cosas nos irán mejor? ¿Habrán surtido efecto los millones de vacunas, los meses de cuarentenas, los raudales de alcohol gel y los cerros de mascarillas? El sacrificio del distanciamiento social, la ausencia de abrazos y la privación de sonrisas ¿nos permitirán votar y satisfacer la vocación de servicio público de tantísimo candidato que anda suelto? Tengo mis dudas.

No todos los chilenos hemos contribuido por igual a la inmensa tarea de contener la pandemia. Una simple mirada a las calles, a los diarios y a las redes sociales permiten apreciar que, pese a las cuarentenas, muchos actúan como si nada pasara o, si algo ocurre, siempre ha de ser a los demás. La proverbial solidaridad que, dicen, nos caracteriza, ha estado ausente esta vez. Por ello, la mera postergación de las elecciones, si no es acompañada de una verdadera toma de conciencia que evite las fiestas clandestinas, los paseos al comercio o los cumpleaños de pretexto, de nada ha de servir. Es sabido que la vacuna combate el virus, más no la irresponsabilidad o la soberbia de la gente.

Por eso, discursos aparte, los directamente afectados por la postergación de los comicios no han podido estar felices. Unos, porque ya intuían que la elección estaba en su bolsillo (perdón por la metáfora, que a algunos puede molestar) y posponerla podría ser un riesgo. Otros, porque el mayor plazo implica mayores gastos y, se sabe, las necesidades son múltiples, pero los financistas son escasos. 

Algunos, porque dificultan que traspasar la elección de abril a mayo logre encantar a la ciudadanía, harto indiferente hasta el momento. Y muchos, porque las complejas componendas con que se tramitó develaron, como pocas veces, que la agenda de la clase política tiene poco que ver con las preocupaciones de la gente.

Es de esperar que la postergación comentada sea la definitiva y, en mayo, podamos por fin hacer la cruz a quien queramos. 

 

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