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Llueve que llueve…

Hemos estado viviendo días en que dale que dale, lloviendo, a cántaros, sin parar, en algunos lugares con granizo, truenos y relámpagos, como si a la naturaleza le hubiese venido un ataque de nervios, de furia, descargándose con todo. Todo esto en medio de una pandemia que nos tiene en ascuas, con covid19 avanzando a pasos agigantados por la vía del aumento de casos gracias a quienes no miden las trágicas consecuencias que pueden acarrear sus conductas.

Ya se sabe que debemos reducir al mínimo el contacto social, las relaciones sociales, y que en caso que sea inevitable, debemos recurrir al uso de mascarillas, el distanciamiento físico, la limpieza de manos. Se ha recurrido a recomendaciones, a restricciones, y solo falta que entremos a la tercera erre, la que no queremos, pero que pareciera que estuviésemos buscando: la de la represión.

Las lluvias de la semana han venido a agravar la situación al desnudar, una vez más nuestra precariedad, nuestra desigualdad. Lluvias en medio de una crisis sanitaria, de una recesión económica debida a la pandemia, y una crisis de representación política que muy probablemente se destape en las elecciones de abril próximo, donde postulan toda clase de personajes sin el más mínimo pudor. 

Con las lluvias se pone de manifiesto el Chile real de quienes están anegados, de quienes están amenazados por aluviones. Más encima se incendia un hospital en la capital del reino forzando a evacuar a todos los pacientes.

Algunos dirán que estamos pagando las consecuencias del cambio climático, que llegó para quedarse, que debemos aprender a vivir con esta realidad. Unos piensan que debemos detener el cambio climático, que aún estamos a tiempo, que todo lo que está ocurriendo depende de nosotros, que es consecuencia de una manera de relacionarnos con la naturaleza que invita a explotarla más allá de lo que ella es capaz de soportar. 

Otros piensan que no hay remedio, que las cosas son como son, que todo seguirá ocurriendo hagamos lo que hagamos. Afirman que cambios climáticos han existido en el pasado y no ven por qué no sigan ocurriendo. Quizás la diferencia estriba en que nunca como ahora el ser humano ha sido capaz de intervenir la naturaleza, de alterar el curso de los ríos, de contaminar aire, suelo y agua. La actual agresividad del ser humano con su medio ambiente no tiene parangón alguno.

La persistencia en el crecimiento continuo en una realidad marcada por recursos finitos es insostenible. Poner todas las fichas en el crecimiento implica ejercer una presión que la naturaleza ya es incapaz de soportar. Ella parece estar diciéndonos: no más! basta! más respeto! La madre natura nos está diciendo “déjenme respirar, me están desequilibrando, están abusando de mi”. Más que enfatizar el crecimiento parece ser hora de detenernos para reflexionar. 

Adportas de la elaboración de una nueva constitución, las torrenciales lluvias de esta semana nos están invitando a relacionarnos de mejor manera con la naturaleza, en forma armoniosa, sin zonas de sacrificio. También nos invita a centrarnos en la distribución de los recursos, o dicho de otro modo, en un crecimiento inclusivo, pero de verdad, distributivo, que no deje a nadie bajo la mesa, que aborde la lacerante desigualdad reinante. Por último, y no por ello menos importante, nos interpela para hacer bien las tareas que nos competen, dejar de hacerlas a medias. Las lluvias como las que hemos tenido esta semana, en pleno verano, así como los terremotos y otros desastres naturales nos recuerdan las limitaciones a las que estamos sujetos, y al mismo tiempo, a levantar la mirada, a ver con otros ojos lo que ocurre.

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