¿Por qué en los años 70 un universitario belga se vendría a vivir a Chile? ¿Qué había en este rincón del mundo para dejar la seguridad de un país desarrollado?
El Chile de esos años era pobre y estaba en manos de una dictadura que gozaba de muy mala imagen en el exterior. Reinaba la censura, el territorio se había llenado de recintos de detención abiertos y secretos, miles de chilenos se exiliaban y el poder judicial había abdicado de todas sus facultades, incluyendo el elemental recurso de amparo.
A pesar de todo, Guido Goossens se vino a Chile a compartir su vida y su fe con los más pobres. Fue la culminación de un largo proceso para el hijo menor de una familia profundamente cristiana. Su padre electricista había realizado la electrificación de la pequeña localidad de Zoersel, cercana a la ciudad de Amberes. Eran diez hermanos, siete hombres y tres mujeres. El “hermano Guido” -como lo llaman los talquinos- recuerda que vivían en esa zona del país porque su madre tenía problemas de salud.
Por la iglesia del pueblo pasaban sacerdotes muy comprometidos y frecuentemente llegaban a la casa familiar misioneros en Asia o África. “A pesar de vivir en el campo había una apertura al mundo y uno se iba identificando con esas personas”, dice. Otra experiencia que lo marcó fue la enfermedad y muerte de su hermana Paula. A los 18 años la joven contrajo la tuberculosis, pero vivió su sufrimiento con una fe y fortaleza admirables. “Incluso dejó unos textos de cómo vivió ese calvario, porque era el dolor, pero también era la soledad. Fue un momento de profunda fe”, sostiene el diácono.
Pero quien contribuyó decisivamente a su vocación misionera y a su traslado a Chile fue su hermana Anita. Ella había descubierto la espiritualidad de las “Hermanitas de Jesús”, quienes trabajaban como obreras y vivían en comunidad en medio del pueblo. Esa forma de vivir el cristianismo la impactó y aunque no pudo ser una de ellas por razones de salud, adoptó ese estilo de vida como laica misionera. En Chile compartió ese compromiso y una larga amistad con el recordado sacerdote Mariano Puga.
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Anita Goossens llegó a Chile en 1964 y se instaló en un barrio obrero de Santiago. Guido cursaba sociología en la Universidad de Lovaina. El mundo vivía una vorágine de expectativas y cambios. Todo parecía al alcance de la mano. “Seamos realistas, pidamos lo imposible” rayaban en los muros los rebeldes estudiantes de París. En 1969 Víctor Jara ganaba el Festival de la Nueva Canción Chilena organizado por la Universidad Católica. Surgía la “Iglesia Joven” y las reformas universitarias.
En 1972 Anita le recomendó asistir a los cursos que dictaba todos los años José Comblin, destacado teólogo belga que había sido expulsado por la dictadura brasilera y fue acogido por el obispo Carlos González en Talca. Impresionado por las charlas del sacerdote, quien ese año expuso sobre la “Pedagogía del Oprimido” de Paulo Freire, Guido le habló de su interés por venir a América Latina y participar en esta iglesia. Comblin le ofreció hablar con el obispo González quien aceptó recibirlo.
Casualmente el 11 de septiembre de 1973 don Carlos González estaba de paso por Bélgica y en el televisor de la casa familiar vio “La Moneda” en llamas y escuchó los primeros bandos del nuevo régimen.
Post Golpe de Estado su hermana Anita escribía extensamente a la familia sobre lo que pasaba en Chile en el mundo popular. Incluso les envió un casete con grabaciones sobre los allanamientos y detenciones en la población La Legua. El proceso chileno encabezado por el presidente Allende había provocado grandes esperanzas en el mundo y la represión desatada por la dictadura militar despertaba una intensa solidaridad en las democracias europeas.
En Talca
En marzo de 1974 Guido Goossens llegó a Pudahuel donde lo recibió su hermana y un párroco amigo. Cuenta que le impresionó “la presencia de militares por todos lados y la atmosfera de silencio que reinaba”. En Talca lo acogió el sacerdote Eduardo “Chito” Espinoza y dos seminaristas que vivían detrás de la Catedral. “Me sentí en casa”, afirma. Pero siempre tuvo la inquietud de vivir en los sectores poblacionales. Hasta que se fue a vivir a la parroquia Fátima en el sector sur de la ciudad.
De esos años recuerda el trabajo con jóvenes y grupos de la Asociación de Universitarios Católicos. Y la instalación de un comedor para apoyar a los jóvenes más vulnerables que no tenían familiares en Talca. Un tremendo golpe fue la detención de cinco estudiantes que participaban en esa pastoral. Como acostumbraba, la DINA los mantuvo algunos días en lugares secretos para interrogarlos y someterlos a diversas formas de tortura. Después aparecieron en el recinto denominado “Cuatro Álamos” en Santiago. Cuando recuperaron la libertad, tiempo después, dos de las estudiantes mujeres optaron por el exilio. Guido comenzó a estar en la mira de los servicios represivos. No olvida que en 1975 el intendente militar lo convocó para retarlo por las conversaciones que mantenían los jóvenes universitarios. Increíblemente en una reunión del obispo Carlos González con Pinochet también se trató el tema.
Sobre las acciones represivas que en esos años significaron la detención y tortura de millares de chilenos, así como el asesinato y desaparición de miles de ellos, Guido confiesa que “no sabíamos hasta donde llegaba la crueldad y la perversión que se vivía en los lugares secretos de detención”. Ante el sufrimiento de tantas personas afirma que “la comunidad da apoyo y valor. Aunque los detenidos hablaban muy poco de lo que habían vivido”.
Los psicólogos han establecido que las personas sometidas a altos niveles de stress tienden a no compartir su experiencia y evitan recordar para no revivir una y otra vez el dolor. De allí la tardanza y a veces la negativa de muchos/as a narrar la brutal vivencia. Acompañó a los familiares a visitar a los detenidos en Santiago y se sintió llamado a compartir las demandas y el dolor de las víctimas.
En Santiago
En 1978 debió trasladarse a Santiago para terminar sus estudios de teología. Se incorporó a una comunidad sacerdotal en la población La Bandera y posteriormente vivió en la Joäo Goulart en la zona sur de Santiago.
A cinco años del desplome de la democracia, el golpeado movimiento popular comenzaba a levantar cabeza. Se organizó una marcha para conmemorar el 1° de Mayo la que “fue muy masiva y fui detenido junto a otras 700 personas, entre ellos 17 extranjeros vinculados a la iglesia”. Estuvo en los subterráneos de la Primera Comisaria, fue fotografiado e interrogado. Y los extranjeros debieron esperar a que los distintos embajadores los fueran a rescatar. Lo fueron a dejar a la casa de su hermana Anita. Al día siguiente “El Mercurio” informó que los 17 extranjeros que participaron en la marcha habían sido expulsados. Ante esto intervienen el cardenal Raúl Silva Henríquez y el Nuncio logrando evitar las expulsiones. Desde Talca don Carlos González y don Alejandro Jiménez lo fueron a buscar.
Una iglesia comprometida
Continuó su vida en Santiago junto a una comunidad sacerdotal de los Sagrados Corazones, curas muy comprometidos con el mundo popular. A la casa llegaban regularmente personas perseguidas y familiares de Detenidos Desaparecidos. Presenció una toma de terrenos en La Bandera. “La iglesia estaba convencida de la nobleza de esas causas”, afirma. Sobre el impacto de la Teología de la Liberación que en esos años alcanzó una fuerte presencia en la pastoral sostiene que “fue una gran inspiración, para esta teología lo primero es practicar el seguimiento de Cristo. Significó una relectura del libro del Éxodo y de la práctica de Jesús. Me llegaba mucho esta nueva manera de relacionarse con las fuentes de la fe y de vivirla”. Recuerda al obispo brasilero Helder Cámara quien interpelaba a los países del primer mundo por la pobreza de los países subdesarrollados.
Paralelamente en la iglesia de América Latina surge la opción por los más pobres en las Conferencias de Medellín y Puebla. “Los teólogos de la liberación no eran académicos de oficina, sino pastores que participaban en la lucha por la justicia y la dignidad humana”, subraya.
Una de las experiencias más dolorosas de ese tiempo fue la participación en la primera huelga de hambre de los familiares de los Detenidos Desaparecidos que clamaban por saber de sus seres queridos. Y unos meses después el descubrimiento de los despojos de campesinos asesinados ocultos en los Hornos de Lonquén. Al año siguiente la Corte Marcial decidió entregar los restos a sus familias para ser sepultados. “Los esperamos en la iglesia de La Recoleta y después de tres horas de espera alguien avisó que ya los habían sepultado. En mi vida nunca había sentido tanto dolor. Uno sentía que el corazón se iba a quebrar”, señala. La crueldad no tenía límites. No hubo flores, ni palabras de despedida. Me cuenta que algunas personas estaban tan furiosas que querían destruirlo todo y fue el líder sindical Clotario Blest y el obispo Jorge Hourton quienes lograron calmar a la multitud.
Días después el obispo Enrique Alvear presidió una misa con los familiares en la Catedral.
El la Brilla el Sol
A su regreso a Talca el obispo le permite vivir en la población Brilla el Sol junto a Juan Ladan. Con él y otros consagrados, entre ellos Florentino Molina, Daniel Houry, Luis Hernot y Carlos Serrano formarán una comunidad espiritual comprometida con Cristo y con la promoción humana.
A inicios de los 80 estalla una aguda crisis económica con quiebra de bancos y empresas. La cesantía superó el 30 por ciento. En muchas iglesias surgen Comedores Infantiles y Bolsas de Trabajo. También se crea el PEM (Plan de Empleo Mínimo) y el POJH (Programa de Empleo para Jefes de Hogar). En Talca más de 4 mil trabajadores se incorporan a la construcción del canal de Pencahue. Deseando compartir la suerte de sus vecinos y amigos Guido trabajó en dicho proyecto. Hasta hoy se encuentra con ex compañeros de labor. Con humor recuerda que un día un capataz se acercó y le dijo amistosamente: “Guido ¿Pero qué le pasó a usted? Aquí a los extranjeros les va bien. ¿Qué hace usted aquí?”. Con el tiempo comprendieron que su presencia era un acto de solidaridad.
En 1985 el Frente Patriótico Manuel Rodríguez desarrollaba diversas acciones en oposición a la dictadura. En Talca son detenidas algunas personas “y sin yo saber, había jóvenes de la comunidad que participaban. Tuvimos que ayudar a algunos a huir de la represión. Viajaron a medianoche en el famoso valdiviano”, recuerda. Meses después fueron detenidos y él fue citado por la Fiscalía Militar. “Le escribí a don Carlos sobre lo que pasaba y él me ofreció su casa. Allí estuve como 15 días. Tuve que declarar un par de veces más, pero afortunadamente no fui expulsado”, relata.
Posteriormente vino el plebiscito y se inició la larga transición. Siempre visitaba la cárcel siguiendo el consejo evangélico de “dar de comer al hambriento, asistir al enfermo y visitar al preso”. Compartía con los detenidos de su población y con los presos políticos. A partir de 1990 se pudo volver a pensar en una verdadera pastoral carcelaria. Y el obispo González lo invitó a participar junto a otras personas. Ese compromiso lo mantiene hasta hoy, además de apoyar a las comunidades cristianas. También participó en el “Comité Pro Retorno” de los exiliados.
En 1992 se cierra la Vicaría de la Solidaridad que salvó tantas vidas en todo el país. En el Vaticano se produce un giro y se comienzan a nombrar obispos y cardenales muy conservadores. El cardenal Raúl Silva Henríquez se había acogido a retiro. Varios discípulos del abusador sexual Fernando Karadima son ordenados obispos. El pontificado de Juan Pablo II marcó un retroceso para la iglesia universal y latinoamericana. Sobre esta involución Guido expresa que “uno trata de ser lo más coherente posible. Yo he sido demasiado conformista con algunas cosas. Cuando estalla el escándalo de Karadima y surge la oposición a sus discípulos, los laicos son muy incisivos, muy valientes, afirman que necesitan otro tipo de pastores y otro tipo de comunidades”. Es lo que intentan hacer desde la Pastoral Carcelaria que incluso mantiene una Casa de Acogida para quienes recuperan la libertad y no tienen adonde llegar para recomenzar sus vidas.
Después de reiteradas denuncias y largos procesos el Vaticano sancionó a Karadima separándolo del sacerdocio y trasladando a algunos de sus seguidores obispos.
“Surge también la Agrupación de los Peregrinos por los Derechos Humanos (2003), para que las nuevas generaciones conozcan lo que sucedió en dictadura, para que la sangre de los mártires no haya sido en vano. Y no se trata solo de saber acerca de la crueldad de esos años, sino de conocer los ideales de esas personas y de esa iglesia comprometida que después se fue perdiendo”, sostiene. Para Guido “la iglesia se encuentra sobre todo entre los pobres. El espíritu de Jesús está vivo entre los que siguen jugándose por la verdad y la justicia. Yo encuentro a la iglesia compartiendo con esas personas las penas y alegrías y dando a conocer el evangelio, mi gran fuente de inspiración”.
En la Carlos Trupp
En 1997 se va a vivir al sector Carlos Trupp donde compartirá con Florentino Molina. Y desde allí, en su eterna bicicleta seguirá acompañando a los enfermos, a los presos, a los familiares de los Detenidos Desaparecidos, a los marginados.
Le pregunto por qué no accedió al sacerdocio, ya que pareciera ser la etapa final del diaconado. Reconoce la necesidad de contar con sacerdotes, pero cuenta que “fui descubriendo que seguir a Jesús es un estilo de vida y no una ordenación. Yo creo en el celibato, la pobreza y la disponibilidad al Espíritu Santo en la iglesia, pero el sacerdocio tiene un status como de director de orquesta y yo con mi formación y carácter no sería un buen párroco. Yo no me veo tan ligado al culto y a los sacramentos, sino al servicio (diaconía)”.
El año 2013 es reconocido como “Defensor de Derechos Humanos” por la Universidad Católica del Maule, en 2015 fue declarado Hijo Ilustre de la Ciudad de Talca y en 2016 el gobierno le concede la nacionalidad por gracia.
Admirado y querido, el “hermano Guido” ha sido protagonista de una increíble historia de entrega y solidaridad. No faltaron quienes pensaron que era un buen candidato para la Convención Constitucional. Le pregunto qué siente después de esta larga travesía: “Sólo agradecer a este pueblo, entre quienes he encontrado grandes maestros, en cuanto a la fe y a la forma de vivir, de luchar y construir. Recordar que a pesar de esta pandemia es muy importante unirse en comunidad, generar organizaciones para defender los derechos, luchar contra los abusos”.
Sobre el futuro guarda muchas esperanzas. “Debemos trabajar para que la nueva Constitución refleje lo que los chilenos clamaban en las calles, para generar una convivencia más democrática y convencer a los poderosos que no hay derecho a apropiarse de las riquezas de Chile que deben ser para todos”, dice. Y agrega: “anhelo que en los años venideros tengamos una distribución más justa de la riqueza, una democracia más participativa y una iglesia más humilde y sencilla”.
En esta misión que les ha llevado los mejores años, Guido y Anita Goossens esperan perseverar hasta el final. Ninguno regresará a Bélgica. “Vamos a terminar nuestras vidas en Chile”, concluye.