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«El mentor como llave del umbral» por Pedro Fuentealba Barros, Realizador Audiovisual

 

 

En toda narrativa heroica, el protagonista se enfrenta a un momento decisivo: la llamada a la aventura. Es esa voz que lo invita a abandonar la comodidad del mundo ordinario para adentrarse en un terreno incierto, lleno de pruebas y peligros. Pero hay ocasiones en las que el héroe no está listo para dar ese salto de fe solo. El miedo, la duda y la inseguridad suelen paralizarlo. Es ahí cuando aparece la figura del mentor, esa persona que no lucha la batalla en su lugar, pero que le entrega la brújula, es el que tiene las canas y las cicatrices necesarias para guiarlo.

Si llevamos esta analogía al terreno de la vida cotidiana, la importancia del mentor se vuelve aún más evidente. Pensemos en los nuevos profesionales que, tras largos años de estudio, logran obtener un título de educación superior. Nadie contradice que el cartón que portan les entregó los conocimientos necesarios para desempeñar su labor específica, pero no podemos desconocer la falta de experiencia. La universidad no siempre les mostró cómo enfrentarse al mundo laboral, cómo manejar la frustración, el miedo, las ansias, a cómo negociar con la realidad o transformar la teoría en experiencia concreta. En otras palabras: poseen la espada, pero no saben cómo blandirla y tienen el escudo, pero no saben cuándo levantarlo.

Aquí es donde el mentor cobra un valor incalculable. No se trata necesariamente de un maestro formal, sino de alguien con experiencia que decide acompañar, orientar y, sobre todo, inspirar. El mentor no da respuestas mágicas, sino que enseña a formular mejores preguntas. No resuelve los problemas, sino que muestra ángulos que el joven profesional no había considerado. Es esa figura que recuerda al héroe que la aventura vale la pena, incluso cuando el camino se ve incierto, pero siempre con los pies bien puestos en la tierra y tal vez sea hora de empezar a considerarlos como parte esencial de la educación formal desde el pregrado.

En la analogía del viaje, el joven profesional es el héroe, y el mentor, el guardián que lo empuja a atravesar la frontera hacia lo desconocido. Sin ese empuje, muchos quedan atrapados en la zona de confort, conformándose con trabajos que no los satisfacen, proyectos que no los representan o la eterna postergación de sus verdaderos talentos. El mentor, en cambio, es ese que enciende la chispa del coraje, las ganas, la sed, el hambre y acompaña en los primeros pasos, hasta que el mentee encuentra su propio ritmo y descubre su potencial.

Por eso, en un mundo cada vez más competitivo y complejo, deberíamos valorar y fomentar la mentoría. No basta con acumular títulos o conocimientos técnicos: se requiere el acompañamiento humano de alguien que ya recorrió parte del camino y está dispuesto a compartir sus cicatrices, sin caer en las trampas del ego, de metas que nos sean autoconcordantes a la realidad y que quiera y esté dispuesto a compartir sus aprendizajes, sus certezas, y ¡ojo!, también sus errores. Ese acto generoso puede marcar la diferencia entre un joven profesional que se pierde en la incertidumbre y uno que se atreve a cruzar el umbral, con todas las consecuencias y recompensas que ello implica.

Los jóvenes pueden levantar el saco de papas… y los viejos saben dónde guardarlo para que no se pudra. Si juntamos ambas cosas, capaz que salgamos más enteros.

 

Pedro Fuentealba Barros

Realizador Audiovisual – ex alumno Santo Tomás

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